miércoles, 12 de septiembre de 2007

El concepto-de-sí y su trascendencia pedagógica

HACIA EL NÚCLEO DE LO EDUCABLE
en el estadio del ser-con-otros

El concepto-de-sí

Nuestra vida se despliega en el mundo: un mundo que es real y objetivo, que nos plantea condiciones, posibilidades y límites.
Pero cuanto emprendemos, lo emprendemos desde el “mundo” singular y subjetivo que cada uno de nosotros percibe: desde esa estructura valorativo-cognitiva que componemos con cuanto –hasta ahora- hemos alcanzado a conocer y que, en principio, tomamos por representación “fiel” del mundo real.
Todos los conceptos, creencias y valoraciones que cada sujeto logró –cualquiera sea su edad- se organizan en una estructura dinámica que condiciona sus iniciativas, su personal repertorio de metas y medios, posibilidades y dificultades.
Cada sujeto humano se mueve sobre la base inmediata del "modelo interno" que él tiene del mundo: una estructura de conceptos con cargas valorativas de distintos signos y pesos. En muy buena parte, los contenidos de esta estructura fueron proporcionados por la escuela y hoy, además, por los medios de comunicación masiva.
Explorar la estructura valorativo-cognitiva de alguien es –entre otras cosas- incursionar en el campo de sus motivaciones.
Un concepto central, dentro de la estructura valorativo-cognitiva, es el concepto de sí mismo: la respuesta a “¿Quién soy?, ¿cuánto puedo?”. Y, profundizando aún más, “¿cuánto valgo?”.
Las respuestas que cada uno de nosotros tiene para esas preguntas, nos fueron inspiradas desde el fondo de nuestra historia personal. Son –en gran parte- las respuestas que de manera verbal y no verbal, a través de sus comportamientos para con nosotros, nos dieron las personas de referencia, generalmente de manera espontánea: nuestros padres y parientes cercanos y, más tarde, reforzando –o no- nuestros maestros, compañeros y amigos.

“Yo no soy bueno para Matemática [para las manualidades o cualquier otra cosa]”, sabemos muy bien que condiciona mis posibilidades de hacer y progresar en ese campo. De hecho, difícilmente me encontraré motivado para aquellas cosas para las cuales creo que “no soy bueno”.
Mientras los individuos con realista concepto-de-sí, se muestran asertivos, confiados, seguros, fácilmente dispuestos a la exploración de lo desconocido, autónomos, capaces de autocrítica, pacientes, proclives a asumir responsabilidades y compromisos, quienes tienen bajo concepto-de-sí se ubican en las antípodas: agresivos o sumisos, desconfiados, tímidos, reticentes ante lo desconocido, predispuestos al fantaseo en soliloquio, poco adaptados al diálogo con la realidad y, por tanto, adictos a las soluciones mágicas; dependientes pertinaces, más dispuestos a criticar a los demás que a juzgarse objetivamente a sí mismos, irritables, intolerantes y, -dada su inseguridad y su apoyo permanente en otros- se presentan como poco responsables y poco proclives a asumir compromisos. La credulidad recelosa propia de quien tiene bajo concepto-de-sí, no puede ser confundida –de ninguna manera- con la fe religiosa: así como tener bajo concepto-de-sí, no es humildad.

Algunas de las limitaciones que suelen venir asociadas al bajo concepto-de-sí (al margen de los factores neurológicos y sensoriales que pueden, también, ocasionarlas), son:


  • -dificultad para la elaboración intelectual, falta de sentido de oportunidad para la propia intervención, modorra intelectual o lentitud para procesar información, descrédito de la razón;
    -dificultad para ver las cosas desde la perspectiva del otro, ceguera a las posibilidades de complementación recíproca, impedimento para articular los propios aportes con los aportes de los otros, timidez (miedo a participar y asumir obligaciones);
    -dificultad para la detección clara de problemas (por espíritu crítico atrofiado o hipertrofiado): de donde la propensión al fanatismo y al seguimiento "incondicional"[1], la propensión a creer que "sólo se gana cuando el otro pierde";
    -dificultad para la iniciativa: ausencia de inquietudes, estar a lo que los otros hagan, conformismo (plañidero o no), venta de sí (su voto, su juicio profesional, etc.);
    -dificultad para la toma de decisión: por inseguridad, dependencia crónica, atención compulsiva a los dictados de afuera (modas, directivas para el delito, sumisión a "lo que todos hacen");
    -dificultad para la comunicación: dificultad para descubrir cuándo le toca intervenir, oscilación entre mutismo total y discursismo agobiante (exposiciones interminables que desconocen toda posibilidad de hablar a otros oradores), desfasajes entre lo que contesta y lo que se acaba de decir (fruto de su aislamiento o inmersión en diálogos internos, mientras deja de escuchar a los otros, por ejemplo);
    -receptividad perturbada, contaminada, obliterada por los miedos y las preocupaciones incesantes, y por el peso de las obligaciones (ya sea que el sujeto las cumpla o no).

Las faltas de iniciativa y de capacidad para tomar decisiones configuran graves limitaciones para el emprendimiento, y hacen el juego a quienes -sin tener condiciones ni morales, ni técnicas- se desvelan por mandar (caricatura grotesca de la autoridad no poseída).
La ausencia de espíritu crítico, la incondicionalidad de su adhesión a otros, su irresolución y dependencia crónica, lo vuelven sugestionable (presa fácil para charlatanes y autócratas, débil ante la seducción publicitaria y, como consecuencia, ofrece peligroso flanco a demagogos y déspotas).
La dependencia insuperable tiene –finalmente- dos direcciones posibles: la cosificación del semejante o la cosificación de sí. Y sus manifestaciones corrientes se encuentran en el paternalismo y su correlato el filialismo, en el individualismo, en la indiferencia respecto del bien común, en la mentira, en la piolada, en el fraude, en el robo y, como caso extremo, en la explotación, en el abandono y en el asesinato de personas. La autocosificación puede encontrar un curso destructor en las adicciones (aparentemente meritorias como el trabajismo, y cuasi -o abiertamente- suicidas, como el tabaquismo, el alcoholismo, las drogadicciones y el adrenalinismo deporticoide). Nada más, y nada menos.



[1] Mientras la incondicionalidad del seguimiento es signo de inmadurez, la incondicionalidad del don es muy probable expresión de desarrollo personal.

No hay comentarios: